Para muchos la mamá de la mamá es la segunda madre, y no es solo por el hecho de ser la mamá de la mujer que lo trajo a uno al mundo, sino porque son la belleza camuflada en canas, la sabiduría que emanan sus palabras, la comida mas deliciosa que hemos probado, las manías que nos heredan y el amor que nos demuestran a punta de simbolismos.
Mi abuelita es una de esas abuelitas. A ella fue a la primera persona que le sonreí en la vida. Ella me bañaba con un cuidado de porcelana, calentaba el agua en la estufa y me bañaba a tazadas con un cariño tan maternal que cuando no me bañaba no era igual. Ella me envolvía en la toalla y hasta cuando pudo, me llevó alzada hasta el cuarto para que no me ensuciara los pies.
La abuelita (agüelita le decía yo) me enseñó a pronunciar bien las palabras, nada de hablarle a media lengua en esa consentidera melosa que nunca le ha gustado. Mientras caminábamos para el colegio ella me hacía repetir las sílabas de las palabras que se me dificultaban, hasta que las pronunciaba correctamente.
¡Que cosa bella esa viejita! Ella me enseñó a amarrarme los zapatos y me ha contado las historias más largas que recuerdo. Sus relatos evocan Cien Años de Soledad, y pasan como el libro por muchos nombres y continuas ramas que se extienden a través de los años. Pero superan a Cien Años de Soledad porque incluyen lágrimas, risas, gestos y dramatizaciones.
Ella me heredó el gusto por el café. Tinto al despertar, tinto a media mañana, tinto después del almuerzo, un tintico en la tarde para despavilar y otro porque llegó una visita. Esa viejita hace los tintos más ricos que yo haya probado.
Ella es tan maravillosa que sin ningún tipo de educación académica me enseñó que el cuerpo de uno es un templo sagrado que debe hacerse respetar. Sin ser feminista me enseñó que las mujeres nunca debemos ser tocadas sin nuestro consentimiento, que nunca debemos permitir un mínimo de violencia. Ella, sin siquiera saber firmar, me enseñó todo sobre la sexualidad; sin mejillas sonrojadas y con total claridad. Esa mujer delgada y hermosa me dio las bases de independencia que han hecho de mí el ser humano que soy.
Por eso en su cumpleaños solo puedo pensar que estoy muy agradecida con la vida por habérmela dado y por dejarme ver su vitalidad, su fuerza física y emocional, su sonrisa natural y franca. No me importa no ser su nieta favorita, me basta con tenerla y con ser la nieta que más cariño le ha profesado. No necesito nada más.
Por: Hope Fonts
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