Decían que Internet era la apertura a la información y el conocimiento. Alguna vez escuché que Bill Gates proponía llevar computadores con acceso a Internet a todo el mundo porque así -independientemente de su condición social- la gente podría tener acceso global a la educación y a la diversidad del conocimiento.
No hay nada más mentiroso que eso. No hay peor engaño en el siglo XXI que creer que un dispositivo con acceso Internet nos va a conectar más con la diferencia y la diversidad. La globalización sigue siendo una utopía, no a la luz de las herramientas técnicas, sino a la del pensamiento humano.
No hay ateos siguiendo a religiosos en Twitter, ni uribistas siendo amigos de izquierdistas en Facebook. No hay metaleros siguiendo en Instagram a reguetoneros y ni siquiera a veces uno encuentra ciudadanos siguiendo las redes sociales de la ciudad en la que vive. No son pocos los casos de amigos que dejan de serlo (al menos en redes), porque no soportan el punto de vista del otro. Y las cookies de las páginas, los buscadores y las redes sociales tampoco ayudan mucho: identifican nuestros intereses y buscando «brindar una mejor experiencia» nos cierran cada vez más el panorama.
Vivimos en una burbuja personal (esa que predijo Edward Hall en sus estudios sobre proxémica, sin saber que serían aplicables a Internet), en la que hemos construido una zona de confort a la que solo ingresa un selecto grupo de personas, aquellas que se identifican con nuestro parecer y le dan la validez que necesitamos para sentirnos los dueños de la verdad. Nos acomodamos en la cima de nuestro ego para juzgar con superioridad al «resto» o dedicarnos inconscientemente a invisibilizar, ignorar y ningunear la diferencia.
En la era de la información, esta en la que solo necesitamos un enter para dar nuestra opinión a miles, millones de personas; estamos tan divididos y anulados como en cualquier época oscura. La excusa: lo que dice el otro no es lógico, no es cierto y no lo será, porque el contexto físico y virtual en el que nos movemos está hecho para validar lo que creemos, no para cuestionarnos.
Hace falta alguien que nos plantee un por qué, que nos diga que no siempre tenemos razón, que nos invite a autocuestionarnos, que nos permita ejercer el derecho a cambiar de opinión. Necesitamos abrir nuestra burbuja personal a pensamientos que se alejen del comité de aplausos.
Quizás, es por eso que en pleno siglo XXI, cuando creemos superadas dificultades como: el racismo, la xenofobia, el radicalismo y las dictaduras como forma de gobierno, ve uno en las noticias absurdos como: peruanos neonazis, radicales religiosos, comunidades machistas o planificación familiar a punta de gaseosa.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que el acceso a la información y a la libertad no son el simple hecho de poder decir lo que queramos, sino el esfuerzo de escuchar, analizar y respetar al otro? ¿Cuándo creeremos que la globalización no es sinónimo de homogenización, sino la capacidad de comprender la riqueza de la heterogeneidad? Amanecerá y veremos.
Por: Hope Fonts