FARC sin la A, un nuevo paso

FARC sin la A, un nuevo paso

Un repaso

Desde el año 2012 hasta el año 2016, Colombia se embarcó en un décimo intento (sí, el décimo) para llegar a un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la guerrilla que se había creado hace cerca de 50 años como la defensa liberal campesina marxista – leninista , y que se dio como consecuencia del periodo de La Violencia, generado por la polarización bipartidista en Colombia y el llamado Frente Nacional (Ospina, 1997).

El 23 de febrero del año 2012, el Gobierno Nacional acordó el inicio de las negociaciones, y en septiembre anunció el comienzo de los diálogos con el grupo armado. En noviembre de ese mismo año las FARC anunciaron el cese unilateral del fuego y comenzaron las negociaciones en La Habana, Cuba. “Esta “hoja de ruta” que se empezó a negociar… estableció los seis puntos de la agenda…: (1) desarrollo agrario integral, (2) participación política, (3) fin del conflicto, (4) narcotráfico, (5) derechos de las víctimas y (6) implementación, verificación y refrendación” (El Tiempo, 2016).

Fueron cuatro años de negociaciones que tuvieron 39 ciclos de conversaciones y problemas relacionados con secuestros de policías y hechos violentos que pusieron en jaque al proceso. Así mismo, los diálogos se convirtieron en el caballito de batalla del presidente de la República Juan Manuel Santos para garantizar su reelección, bajo la premisa de dar continuidad al proceso (muchas fuerzas opositoras votaron por esa razón).

Al ganar las elecciones en el 2014, los diálogos en La Habana continuaron, y los colombianos fueron testigo de avances significativos, como el viaje de grupos de víctimas a La Habana -incluidas las de la masacre de Bojayá- y el cese de reclutamiento de menores por parte de las FARC en febrero de 2015. En marzo de ese mismo año, inició el desminado conjunto en la vereda El Orejón de Briceño, Antioquia; en junio de 2016 se anunció el fin del conflicto con las FARC y en julio, la Corte Constitucional aprobó la realización del plebiscito que refrendaría el acuerdo.

El resultado en el plebiscito no fue el esperado. Contra todos los pronósticos y los resultados de las encuestas de intención de voto, ganó el ‘no’ con el 50,2 % de los votos. Posteriormente el país conocería que las razones que utilizaron los simpatizantes del ‘no’ al acuerdo, estaban basadas en el miedo, la impunidad y la indignación (Blu Radio, 2016).

Aun así, y después de que el presidente ganara el Nobel de Paz y se modificaran los acuerdos con cambios sugeridos por los promotores del ‘no’, los acuerdos de paz fueron refrendados por el Senado de la República en noviembre del año 2016.

Sin embargo, la firma y refrendación del acuerdo con las FARC, era solo el comienzo de la desmovilización del grupo armado y del fin de la guerra. El año 2017 ha resultado un periodo crucial para que se implemente el acuerdo y para que la población que desconfía del proceso, lo apoye o reafirme su desaprobación.

Los primeros meses del año estuvieron destinados al desarme de este grupo, sin embargo y tal como lo denunció la senadora Claudia López, el Gobierno había incumplido fechas y trámites con trabas institucionales para la progresiva entrega. Pese a estas, el pasado 27 de junio se hizo oficial la entrega de armas, la cual fue avalada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y generó otra vez una serie de discusiones por redes sociales, entre quienes están a favor y en contra del proceso.

Desconfianza

Muchos afirman que este proceso de paz justifica los terribles crímenes que han cometido las FARC y revictimiza a todas sus víctimas, sometiéndolas a revivir toda su tragedia e incluso a encontrarse con sus victimarios.
Así mismo, recuerda que la aprobación del Acuerdo nos deja diez años atados institucionalmente a los proyectos de reforma que deben hacerse para dar cumplimiento a los mismos, y como dice Hugo Palacios: “El Acuerdo es antidemocrático. No se trata solo de que las FARC hagan política. Se trata de que hagan política en condiciones de privilegio frente a los partidos que representan a los demás colombianos. El Acuerdo ofrece por muchos años al partido político que organicen las FARC, dinero, curules, circunscripciones electorales especiales y otros privilegios aunque no obtengan votos…” (Palacios, 2016).

Además, hablan del impacto en la economía: “En el Acuerdo hay muchas cosas para interpretar y muchas actividades para coordinar, y muchos agentes para consultar y con capacidad de tomar decisiones contradictorias. Todo ello traerá mayor incertidumbre, trabas y demoras al adoptar políticas públicas y decisiones. En un ambiente así, de mayores “costos de transacción”, es difícil que la economía funcione. La inversión privada, nacional y extranjera, se desacelerará también. Si hoy ya es difícil poner en marcha cualquier proyecto de inversión, por la necesidad de consultar y conseguir acuerdos con “comunidades”, legítimas o ficticias, el Acuerdo lo hará aún más difícil. El Acuerdo magnifica las oportunidades de “protesta social”, con lo cual no será suficiente conseguir las licencias y permisos previstos en las leyes, sino hacer frente a quienes deseen iniciar “protesta social”. El Acuerdo multiplica el deber de consulta y aprobación de muchas nuevas “comunidades” que brotarán como maleza en todo el país, porque el que tiene la facultad de estorbar adquiere el derecho de cobrar…” (Palacios, 2016).

Otros señalan que la inversión económica que requiere la implementación del Acuerdo, es altísima, y el Estado no tiene el dinero suficiente para garantizar la burocracia y el gasto público que representa la creación de todas las comisiones y las reformas. Actualmente tenemos muchos problemas de financiación en la salud, la educación y el acceso a la justicia.

Esperanza

Debemos aceptar que no todo lo que dicen los acuerdos nos gustaría que se realizara. Pero el Gobierno no solo está concediéndole la oportunidad a las FARC de que luchen desde el ámbito democracia, está recibiendo a cambio la desmovilización, la entrega de armas, el desminado de zonas y la reparación a las víctimas. Por supuesto que llevar a cabo toda la implementación representará para los colombianos un alto costo económico. Pero si fuimos capaces de pagar el costo beneficio por la “seguridad democrática” de Álvaro Uribe cuando prometió acabar con este grupo guerrillero, ¿por qué no invertir en una solución pacífica? ¿Qué podemos perder? o mejor: ¿Qué más podemos perder?

Por otra parte, nunca habíamos llegado tan lejos en un proceso de paz (después de nueve fallidos) y eso nos llena de esperanza y nos invita a salir de la fatalidad colectiva que hemos ido heredando de generación en generación. Nos invita a creer que tenemos una segunda oportunidad sobre la tierra en este pueblo macondiano. Como dice la historiadora Diana Uribe: “Hay que darle una oportunidad a la paz” (Uribe, 2016).

Además, ¿Qué es un acuerdo? Es la “existencia de al menos dos voluntades que llegan a acercar sus diferencias para tomar decisiones o accionar en conjunto” (www.deconceptos.com, s.f.). Un acuerdo no se logra si no hay voluntad de ceder algún aspecto para recibir algo a cambio. Es absurdo pedirle a las FARC (y a cualquier persona o grupo) que se siente a negociar bajo la premisa de que es el único que debe ceder. No tiene ningún sentido realizar unos diálogos en los que la negociación es solo el título de la mesa. Tal cual pasa con los objetivos que cualquier persona traza en su vida. Usted no puede esperar ser profesional y no estudiar, sacrificar quizás algo de tiempo libre, gastar dinero y de pronto meterse en trancones para llegar. Sí, no es lo ideal, pero es el camino para lograrlo.

A muchos no nos gusta que las FARC participen en política. Verlos orondos en los debates del congreso o haciendo campañas por los pueblos de Colombia. Sin embargo, vale la pena plantearse la pregunta: ¿qué papel prefiere que las FARC desempeñen en el país? ¿el de la guerra o el de la política? Además, como dice Antonio Navarro Wolf: “Los líderes de las Farc tienen que ir a elecciones y ahí veremos cuántos votos sacan. Que sean elegibles y puedan participar no quiere decir que vayan a ser elegidos. Creo que la teoría de que las FARC consigan un resultado excepcionalmente alto en las elecciones no es real” (Navarro, 2016).

Por otra parte, la premisa de que el Acuerdo nos deja atados durante diez años, deja de lado la página 51 del Acuerdo, en la que se señala: “El sistema incorporará un régimen de transición por 8 años, incluyendo financiación y divulgación de programas, para promover y estimular los nuevos partidos y movimientos políticos de alcance nacional que irrumpan por primera vez en el escenario político, así como a otros que habiendo tenido representación en el Congreso la hubieran perdido” (Mesa de conversaciones, 2017). En este sentido se confirma que es falsa la afirmación y que dicho punto no solo incluye a los miembros de las FARC.

Con relación a la economía, es cierto que hay que asumir un costo y que el país se está arriesgando. Pero la desmovilización de las FARC genera confianza inversionista por el favorecimiento de la imagen que ha ido teniendo el país desde que comenzaron los diálogos en La Habana. Representantes de diferentes sectores empresariales del país ven con optimismo lograr lo que hasta poco se creía imposible: una paz que favorece el emprendimiento y la inversión (Acosta, 2016). Además, es innegable que el progreso de la economía, así como la eficiencia de diferentes programas y proyectos nacionales, no están solamente ligados al proceso de paz, está ligado a procesos de planeación, seguridad y justicia, que han sido permeados por problemas de corrupción, clientelismo e indiferencia, desde hace muchos años.
Finalmente, vale la pena revisar el Acuerdo de Paz desde una perspectiva histórica, no solo del país (ponerle fin a cerca de 50 años de guerra), sino de procesos similares del mundo, para comprender la trascendencia que tiene y el aporte que (con sus pro y contras) hace a la humanidad.

¿Sirve quitarle la A a las FARC?

Muchos decían durante la transmisión de la dejación de armas lo ingenuos que nos veíamos quienes apoyamos el proceso mientras el país sigue lleno de problemas, y peor aún, muchos de los simpatizantes del proceso caían en el juego de atacar a sus contrarios, sin reflexionar en que el Acuerdo no es un asunto de ganadores o perdedores, sino de una búsqueda constante de poner en común.

Es importante (para quienes creemos en el proceso) considerar que la implementación puede no salir como esperábamos, pero eso no le quita el trabajo, la voluntad de las partes y el intento por acabar con la guerra. Mañana les contaremos a las nuevas generaciones que la nuestra dio el gran paso para contar la nueva historia de Colombia. ¿Y si no resulta? les contaremos a las nuevas generaciones, que esta lo apostó todo por un mejor futuro y que, aunque no resultó como esperábamos, marcó un precedente para continuar por el camino de la paz.

Sí, quitarle la A a las FARC es un paso, no es una solución, no es el logro de la paz, pero es un gran paso en el camino. Ahora debemos combatir el rencor ciudadano, el reproche, la razón absoluta. La apuesta ahora es ciudadana: a desescalar el lenguaje, a escuchar, a perdonar y a volver a confiar.

Por: Hope Fonts

 

Escritos del mismo autor:  Viaje a la nadaEl secreto de José Asunción, Un café para el alma, Ella, De que las hay, las hay.

Entrada anterior El secreto de José Asunción
Entrada siguiente De que las hay, las hay