Como cualquier movimiento, el feminismo no solo ha logrado muchos de sus propósitos, también ha generado algunas desplazadas por el camino. La autora de este texto aporta una visión del papel que muchas mujeres desempeñan en el hogar y que ha sido invisibilizado por otras mujeres.
La lucha femenina mundial ha sido imparable. Son tantos años de mujeres levantando la voz los que me tienen hoy escribiendo con libertad estas líneas, y gracias a los cuales muchas hemos podido hacer nuestros sueños realidad, que simplemente agradece uno vivir en este siglo.
Lo mejor de esta lucha es que no para, evoluciona con el tiempo. Ha trascendido para defender temas como la planificación familiar, la negación a la maternidad e incluso nos ha dado herramientas legales para defendernos contra el abuso sexual y el derecho a interrumpir un embarazo.
Sin embargo, en este camino de lucha hay un grupo de mujeres relegadas que ha sido fuertemente criticado por ejercer su derecho a estar en el hogar, ser madres, dedicarse por completo a cuidar a su familia o algo tan superficial como depilarse. Y es que somos una sociedad de extremos. Mientras logramos que se nos respeten los derechos profesionales, laborales y de autodeterminación de nuestro cuerpo, caemos en la peligrosa trampa de juzgar a las que no se repliegan ciegamente al estilo de vida por el que hemos luchado.
¿Acaso tiene algo de malo tomar la decisión de hacer una familia, tener hijos, hacer los quehaceres de la casa y depilarse el cuerpo? ¿Estas mujeres son menos mujeres? ¿viven subyugadas en el patriarcado de su casa cárcel? Salimos de un paradigma para entrar a uno nuevo ubicado al otro extremo, sin ser conscientes de que las decisiones diferentes que han tomado algunas mujeres son sus decisiones y ¿no es eso también autodeterminación?
Muchas caemos en el afán de mudarnos de vida y demostrar que tenemos una personalidad sólida en la que no hay la más mínima posibilidad de que nos releguen a quedarnos en casa, cuidar de niños y cocinar delicias. Algunas caen en el juego absurdo de creer que las mujeres que deciden quedarse en el hogar, se la pasan haciendo “nada” todo el día, denigrando el rol fundamental que tienen para que la familia marche armónicamente. Para los que hemos crecido en casas donde las mujeres lideran el hogar, cocinan y consienten a sus niños, es una bendición tener una guía que decidió serlo y nos da felicidad. Sí es cierto, no todas lo han decidido, muchas se han resignado, otras se sienten frustradas, pero muchas, más de las que creemos, se sienten felices de poner su granito de arena en la educación de sus niños, de tener un ambiente de hogar.
Y este es un trabajo que requiere a veces más de las mismas características que tiene un trabajo convencional: madrugar, realizar tareas específicas diarias, organizar el tiempo, ser creativas, solucionar imprevistos. Todo por una empresa personal, la empresa familiar. Eso es lo que han hecho nuestras mamás y esa es la razón por la que la gente se desgarra las vestiduras en mayo, cuando rememora el amor de una mujer cuyo proyecto de vida fue construir una familia.
Hoy tenemos una dualidad: criticamos a los hombres que nos juzgan, y al tiempo juzgamos como ellos a las chicas hogareñas. Exigimos respeto para tomar nuestro propio camino, pero criticamos duramente a las mujeres que sienten que su proyecto de vida es educar a sus niños o a quienes les gusta depilarse. Escucha uno frases como: “está alienada”, “no conoce sus derechos”, “el marido la tiene oprimida”, bla, bla, bla. Caemos en un juego de extremos en el que estigmatizamos todo lo que personalmente no nos parece.
Antes luchábamos por ser iguales, ahora la lucha es por ser diferentes y porque se nos respete esa diferencia. No hay nada más valioso que el hecho de que se reconozca lo que uno hace a diario, porque contribuye a nuestra formación como seres humanos y porque nos hace sentir orgullosas.
La pregunta y el trabajo de la lucha feminista ahora debe girar en torno a que todas estemos conscientes de los derechos que tenemos y de la autonomía para llevar la vida como mejor nos parezca, no de las decisiones que libremente tomemos. La ganancia está en ese último punto. No es mejor la que decide no tener hijos o la que sí lo hace, ni la exitosa empresaria frente a la ama de casa. Lo realmente extraordinario es comprender que vivimos en una época en la que cada una puede ser lo que se le dé la gana.
Por: Hope Fonts
muy bonita percepción